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Título: El cuerpo en la historia violenta del país

  • Foto del escritor:  Arminio del Cristo Mestra Osorio
    Arminio del Cristo Mestra Osorio
  • 11 jul 2020
  • 4 Min. de lectura

Por: Arminio del Cristo Mestra Osorio

(Entrega final)


Cuando citamos la memoria histórica buscamos darle el reconocimiento a las comisiones que han venido trabajando en Colombia para no olvidar a las víctimas ni a sus cuerpos.


El trabajo ‘Las víctimas entre la memoria y el olvido’ es un texto orientador para entender el trabajo adelantando en torno a esta problemática nacional y poder hacer otras lecturas de esa memoria.


La memoria reivindica los cuerpos, no los deja morir en el olvido, ella está ahí, así la violencia quiere negar la existencia de los cuerpos. Sí existen. Hacen parte de la historia de este país.


Por eso la lectura de esa memoria y el olvido está planteado en el texto ‘Las víctimas entre la memoria y el Olvido’ del profesor J. Jaramillo:


“En este sentido, más allá de todas las críticas reales y potenciales que puedan hacerse a Memoria Histórica, es innegable que, por primera vez en Colombia, surge una preocupación institucional oficial para recuperar la memoria de esta guerra, priorizando las voces de las víctimas, sus relatos, sus lecturas del país y sus apuestas al futuro.


Lo interesante a mediano y largo plazo sería poder conjugar la memoria emblemática que están reconstruyendo estos activistas teóricos con una memoria pública ensamblada por los ciudadanos. Emergen también en el ejercicio reconstructivo, otras voces que no son de las personalidades públicas, las de los notables políticos o las de los expertos.


No hay solamente un ejercicio de diagnóstico de la violencia política o de las violencias sociales. Creemos que hay también un diagnóstico que conjuga la macropolítica de la guerra, con la biopolítica de las masacres y que avanza hacia una micropolítica de las resistencias.


Tampoco hablamos exclusivamente de un solo informe especializado, o de un libro memoria, sino de una serie de informe emblemáticos que mapean el terror y les otorgan un peso importante a memorias más plurales”.


Esta historia violenta se entendió como la pérdida de la condición humana, la dignidad; la total deshumanización de la vida, la política, cuando no se logra el respeto por la integridad personal, libertad, derechos humanos, la participación, donde se pierde un bien preciado como es la tolerancia.


En el libro ‘Ética comunicativa y democracia’ de la filósofa Adela Cortina, se plantea “Esta crisis pasa- entre uno de sus componentes-por una crisis del lenguaje. El conflicto social y político se desplaza del ámbito del lenguaje (del discurso, de la comunicación espacio originario y privilegiado de la política) al campo del cuerpo físico (del aniquilamiento, del otro como cadáver).


Por eso, esta violencia conlleva así, la interrupción y cierre de todo discurso, el desarraigo de la discursividad política, cuyo sentido es la confrontación, en la plena mudez”.


El castigo físico al cuerpo del otro o de los otros es la forma de deshumanizar. Ese cuerpo pierde su sentido de lenguaje por convertirse en instrumento, en objeto, en cosa. La forma como se trata a ese cuerpo en la confrontación pasa por una serie de violaciones.


Estas fuerzas no chocan en lo político ni en lo argumentativo; aquí el cuerpo se despolitiza en cuanto a que el cuerpo cívico, es la voz de lo público desde él se dan relaciones proxémicas y kinésicas de toda convivencia social.


El profesor Borys Bustamante sigue afirmando: “El cuerpo se deslengüifica, pierde su aureola simbólica y de significación humana y, desde el cuerpo físico controlado se atropella al otro. Solo tiene valor en tanto es un cuerpo para desmembrarlo, (descuartizarlo, desaparecerlo, y atomizarlo).


Tal tratamiento tiene la intencionalidad de desterrar a los sujetos del conglomerado humano, de separarlo del vivir y del estar junto con los otros. El cuerpo es despojado de su dimensión política, se vacía su contenido humano. El cuerpo se señaliza y se fragmenta.


El cuerpo se vuelve lugar de la confrontación y dominio, estrategia de la derrota, castigo y represión, ámbito de la intolerancia. Este sentido de muerte violenta del contrario pretende anular la esencia misma de la vida humana, en la que se desidentifica a los individuos de su propia personalidad, en la que se trunca su proceso histórico de vivir y estar entre los hombres, venciendolo en la muerte física”.


En última instancia, la violencia es intolerante, niega al otro en toda su plenitud, es un mecanismo de fuerza para poder imponer, apropiarse de territorios; esto también se refleja desde lo simbólico.


El trato que esta da al otro es nada menos que la muerte (matar), callarlo de por vida. La palabra o el discurso se carga de manera ideológica, odio, fobia, desconocimiento, maltrato verbal, donde el vocabulario es estigmatizante y sectario.


Se busca demostrar que el otro es un enemigo, un adversario que hay que eliminar. O sino recuerden en qué consistía el discurso de la ‘seguridad democrática’.


En este sentido la violencia en Colombia es el fiel reflejo de la crisis que sigue viviendo el país, y su estado más patente es la violación a los derechos humanos: siguen las desapariciones forzadas, asesinatos de líderes, lideresas sociales, chuzadas, persecución a periodistas.


La persecución a nuestros indígenas tiene como objetivo acabar con esta población; como también ocurre con nuestra población afrodescendiente.


Un estado permisivo con la crisis institucional donde la gobernabilidad del lenguaje también hace mella, porque sólo el lenguaje oficial es el protagonista con la anuencia de los medios de información; como si no existieran otras voces que pudieran hablarle al país.


Los que quisieron refundar la patria se refugiaron en partidos de centro o de derecha, son los mismos excluyentes que desde sus discursos siguen satanizando de comunistas y de neo-chavista a todo aquel que pide que el presidente eterno sea judicializado por todos los atropellos que ha realizado contra la población colombiana.


Que el silencio, el olvido no sigan siendo los protagonistas en esta sociedad des- memorizada. El país está cansado que su historia, sus memorias sean escondidas o narradas en otros tiempos, en otros espacios por otros protagonistas que no deben contarla.


La historia patria, no es la historia de los héroes o refundadores. Recurro a la advertencia de Brecht: “Ay de aquel país que tiene necesidad de héroes”.

 
 
 

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