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Título: El cuerpo en la historia violenta del país

  • Foto del escritor:  Arminio del Cristo Mestra Osorio
    Arminio del Cristo Mestra Osorio
  • 4 jul 2020
  • 3 Min. de lectura

Por: Arminio del Cristo Mestra Osorio


Primera entrega.


“Pues son necesarios patrones para aplicar tanto la justicia como la injusticia; y la violencia pura no conoce patrón. Las víctimas nunca supieron exactamente porque fueron elegidos. Fueron despojadas, no solo de su vida, sino también de su muerte; del sentido de su vida, sino también de su muerte y del sentido de su muerte” (Agnes Heller).


Una de las tantas preguntas surgidas dentro del conflicto armado en el país, es ¿Cuál es el uso que tiene el cuerpo de la víctima en esta violencia fratricida?


Es a partir de allí, como entendemos este conflicto violento centrado en la mirada de la comunicación social como parte fundamental para podernos explicar cómo el cuerpo se convierte en un objetivo de la guerra.


Con esta visión no se busca desconocer el análisis de otras disciplinas del saber que han aportado muchas reflexiones para el conocimiento de esta problemática.


Aparte de la visión sangrienta existen otras miradas en la sociedad colombiana caracterizadas por ser cerradas, violentas, mafiosas y corruptas.


Podríamos señalar: la exclusión política, económica, cultural, educativa, laboral. La violencia es intolerante, determinadora, niega al otro como ser humano expresada en la eliminación física de ese otro yo.


Esto aconteció hace un par de años. Pero el paramilitarismo sigue teniendo presencia en muchas regiones del país, ahora es llamado eufemísticamente, como Bacrim, bandas emergentes, clanes o disidencias.


En ese territorio rural se perdió el encuentro, la convivencia social; se resquebrajó la estructura cultural donde reinaba la diversidad y se le apostaba a la pluralidad como mecanismo de fortalecimiento al interior de esas comunidades.


Las diferencias en el país se empezaron a resolver con las amenazas, la motosierra, desaparición, masacres, asesinatos, persecución, desplazamiento. También tuvieron presencia los informadores con la política de “seguridad democrática”.


Estos mismos actores que fueron arte y parte siguen siendo parte activa de estos hechos violentos, incluyendo los partidos tradicionales, gremios económicos, capital transnacional.


Unas víctimas sólo reconocidas por sus prendas de vestir, amuletos, o por sus señales particulares.


Así se pudieron identificar otros cuerpos en el cauce del río Cauca, San Jorge o el río Sinú; o fueron presas de cocodrilo o caimanes, culebras, ahogamiento etc.


No quedaban vestigios de esos cuerpos. En última instancia era la prueba contundente para juzgar a los criminales que arremetieron contra la población indefensa.


Todos estos hechos fueron reduciendo la capacidad de aguante de los pobladores de muchas regiones en Colombia. Se convirtieron en seres sin habla. No se reconocían entre sí por el temor, miedo y las oleadas de terror.


La estrategia paramilitar no sólo fue refundar la patria. Detrás de ese discurso perverso estaba el despojo de las tierras a como diera lugar.


Su accionar psicológico se desarrollaba en los pueblos más apartados; en ciudades donde el estamento político se prestaba para esa obra criminal: presupuesto, cargos públicos, rectores de universidades, salud. La fuerza destructora de los paracos supo llegar para quedarse.


Fue el para-estado dentro del estado colombiano quien trajo la destrucción de nuestros pueblos, la pérdida de toda práctica argumentada como la desconfiguración del accionar político.


El filósofo Borys Bustamante, ha señalado “Ella (la violencia) está entronizada en la estructura social y se utiliza como el instrumento-fuerza para alinear al otro y provocar la muerte-tanto física como simbólica-en la existencia política.


La violencia se nos muestra como el único vehículo para la consolidación y control- por excelencia- de sistemas cerrados y excluyentes.


Esto ha significado la disolución de lo social y político, manifestado en la ausencia de un Estado como fuerza moral y política para dirimir los conflictos; la débil presencia de la sociedad civil como sociedad de la comunicación política y el aumento cada vez más creciente de organizaciones armadas de justicia privada cuya naturaleza se proyecta con venganza a su adversario”.


La historia política de Colombia ha estado enmarcada por la vejación social, política, siendo la violencia en sus múltiples manifestaciones la máxima expresión para la negación, sometimiento, desaparición del otro y donde nuestra memoria histórica sigue en proceso de construcción.


En el control del poder político el cuerpo es el registro, es la huella de la muerte; la desidentificación y destrucción de la persona humana.


Ésta hace perder toda carga simbólica de sentido. Es una de las manifestaciones para seguir entendiendo este proceso.


 
 
 

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